En medio del bullicio de la ciudad de Bariloche, rodeada de nuevos edificios y construcciones modernas, sigue erguida una casa histórica que ha sido testigo del paso del tiempo y de las transformaciones de esta emblemática ciudad patagónica, se encuentrta la casa de la familia Baratta, construida a principios del siglo XX, es mucho más que una simple vivienda.
Es un símbolo de la historia, de las luchas y logros de aquellos que, como la familia Baratta, contribuyeron al crecimiento y la identidad de Bariloche.
Esta casa, de madera pintada en un celeste que recuerda a tantas otras de la época, ha resistido décadas de cambios, conservando el carácter de una ciudad que, si bien ha evolucionado, no ha olvidado sus raíces. En su frente, una palmera que se ha mantenido firme frente al frío patagónico añade un toque distintivo, como una sentida metáfora de la resistencia de aquellos que han vivido en ese lugar.
La casa, hoy declarada patrimonio de Bariloche, fue el hogar donde generaciones de la familia Baratta se criaron, compartieron momentos y construyeron recuerdos imborrables.
Pero la historia de esta casa se remonta mucho antes de que la familia Baratta se mudara allí. A fines del siglo XIX, en la lejana Massa-Carrara, Italia, nació Federico Baratta, quien, años después, se convertiría en uno de los pioneros de la región patagónica.
En un gesto que marcaría el rumbo de su vida, un tío suyo lo animó a embarcarse en una aventura hacia el nuevo mundo. Los registros históricos indican que Federico llegó primero a Uruguay, para luego radicarse en Buenos Aires. Pero fue en una oficina de la Dirección Nacional de Tierras, donde su destino cambiaría para siempre: en un mapa vio un lugar en el que decidió hacer realidad su sueño de emprender.
Con el tiempo, Federico Baratta se trasladó a lo que hoy es Villa La Angostura, donde se instaló en el "lote 8", junto al río Correntoso, y se convirtió en el "primer vecino con papeles" de la zona. Su emprendimiento maderero comenzó en pequeña escala, pero con esfuerzo y determinación, su proyecto fue tomando forma. No pasó mucho tiempo antes de que convenciera a su amigo Primo Capraro, otro inmigrante italiano, para que dejara su tierra natal y lo acompañara en esta nueva etapa. Juntos, iniciaron una empresa maderera en la remota Patagonia, un lugar alejado de todo pero lleno de posibilidades.
Federico y Primo compartieron el trabajo en la explotación maderera durante algunos años, pero al final cada uno tomó su propio camino. Sin embargo, la huella de Federico Baratta en la región quedó grabada en la historia. Su legado continuó a través de su familia, que, con el paso de los años, vivió en esa casa que hoy es un testimonio de los primeros días de la ciudad de Bariloche.
Sonia Baratta, nieta de Federico, recuerda con cariño las historias que le contaban sobre el hombre que nunca conoció, pero cuya vida marcó a su familia y a toda la región. “Es un orgullo saber que mi abuelo fue parte de la historia de este lugar”, comenta con una sonrisa nostálgica. Y es que, más allá de los avances de la modernidad, esta casa sigue siendo un pilar que conecta a las nuevas generaciones con el pasado, con aquellos que llegaron con esperanzas y sueños, y que, como Federico Baratta, contribuyeron a la construcción de una ciudad que sigue siendo un faro en la Patagonia.
Hoy, al pasar frente a la casa de la familia Baratta, uno no solo ve una construcción antigua, sino también un testimonio de esfuerzo, amor y dedicación. Una casa que, como su familia, ha resistido el paso del tiempo, convirtiéndose en un patrimonio invaluable para Bariloche y para todos aquellos que aún creen en el valor de la historia y la memoria colectiva.